jueves, 16 de marzo de 2017

Pésimas campañas: Clausura 2002

“Después de la tormenta, siempre llega la calma”, afirman aquellos que, por cordiales, por dar ánimos a alguien o porque realmente creen en dicha frase, susurran cuando las dificultades atraviesan. Real o no, Independiente atravesó su propio diluvio para poder llegar a la tranquilidad o, en términos de la tribuna, al éxito deportivo. Una realidad tangible, y no tan distante a la actual, en la cual tocaron fondo y resurgieron en un mismo año.

El verano del 2002 llegaba más que caliente, y no sólo por las temperaturas, sino porque el elemento base de esta institución, el fútbol, era un déficit permanente en aquellos primeros años del nuevo milenio. Enzo Trossero dejó la dirección técnica y su lugar lo ocupó Néstor Clausen, junto Ricardo Bochini, símbolos de la rica historia roja y personificaciones de la gloria.
Sin embargo, la comitiva directiva, encabezada en aquel entonces por Andrés Ducatenzeiler, decidió pegar un volantazo en los primeros días del mes de enero. A pesar de la designación oficial de diciembre, en la cual afirmaban que ambos conformarían la dupla técnica, tomaron la determinación de dejar sólo a Clausen como deté, delegando la responsabilidad de manager al Bocha, cosa que no agradó en lo más mínimo.

Ante el enojo del dueño de la diez histórica en el Rojo y una economía que apremiaba al club, con un pasivo que ascendía a 33.000.000 de dólares, acataron blindar la salida de dinero de las arcas y mantener a los dos en el cargo. Sin embargo, y pese a una pretemporada de grandes resultados con seis cotejos sin caídas, el máximo ídolo decidió dar un paso al costado. Una fusión que unió lo personal con lo deportivo culminó la relación en el olvido y el fuego cruzado.

“Con Clausen tenemos problemas en poner a determinados jugadores y en definir algunos puestos. Yo quería juntar más a (Livio) Prieto con (Pablo) Guiñazú para garantizar el armado del juego, pero él prefirió poner a (Juan) Eluchans como carrilero izquierdo para tener más marca”, excusó Bochini, mientras del otro lado, Clausen no se quedó atrás: “En estos 14 días que duró la pretemporada, jamás me dijo algo así. Por eso, me sorprende su postura”.

El 10 de febrero de aquel año comenzó a girar la pelota para Independiente y en Avellaneda, con auspicios para todos los hinchas, por el hecho de debutar en condición de local. Vélez Sarsfield representaba al rival de turno y un invitado de poco agrado. Un 0-3 en la primera fecha, con goles de Eduardo Domínguez y Leandro Gracián –futuros rojos- llenó la “Doble Visera” con un baño de realidad. El equipo de ese estreno: Rocha; Zelaye, Páez (Pekarnik), Villavicencio, Pernía; Bustos, Galván, Eluchans (Prieto), Guiñazu; Vuoso, Silvera (Rivas).

La segunda jornada representó una nueva edición del Clásico de Avellaneda. Académicos  y diabólicos volverían a verse las caras, con el Juan Domingo Perón como escenario que los cobijó. Pese al arranque fallido ante el Fortín, la paternidad salió a relucir. 2-1 a domicilio con tantos de Vuoso y Silvera para calmar las aguas y acrecentar la diferencia entre unos y otros.
Sin embargo, el triunfo en el derby barrial no fue más que un oasis en un desierto inexplorado y que tendría bancos de arena difíciles de superar. Una nueva derrota en casa, ante Newell`s y una victoria ante Belgrano, correspondientes a la tercer y cuarta fecha, fueron los últimos eslabones de puntos que posicionarían al team cerca los puestos de vanguardia.

A partir de allí, y con jugadores de talla, merecedores de futuros posts en nuestro blog como Sala, Zelaye, Villavicencio, Pekarnik, Prieto o Cuba, comenzó una debacle. Un tobogán hacia el abismo que depositaba a los nuestros en la retaguardia de la tabla de posiciones, cada vez más prominente.
Una victoria ante San Lorenzo, en el Bajo Flores, con un tanto de Federico Insúa, sería el último trago dulce que degustaría este equipo. Ese fue el punto de partida hacia un sendero de puras pálidas, comenzando con una derrota ante Colón de Santa Fe, en manos de un viejo conocido: Claudio Graf.

Derrotas con Gimnasia de La Plata, Chacarita Juniors y River, más un empate ante Lanús conformaron una bomba de tiempo, a la que no le faltaba mucho tiempo para explotar. Si en los tiempos modernos la duración de los técnicos depende, indefectiblemente, de sus resultados, esta no iba a ser la excepción y más aún con los resultados magros que dejaron aquellas glorias que supieron ocupar el banco de suplentes como Daniel Bertoni, Enzo Trosseri, Ricardo Bochini, exceptuando a Miguen Ángel Santoro, bombero voluntario en cada ocasión que la cosas comienzan a caldear.

La onceava fecha de aquel torneo convoca al Rojo y a Argentinos Juniors, en el estadio de Ferrocarril Oeste. Con Clausen en la cuerda floja, una derrota significaría el adiós. Diego Cogliandro fue el encargado de marcar el único tanto del partido, a favor del Bichito y, a partir de ahí, el caos reinó.
La quinta derrota en los últimos seis cotejos, la distancia de diez puntos entre los de Avellaneda con el momentáneo líder Boca y la poca banca que sentía por parte de la cedé llevaron a tomar esta decisión. El Vicepresidente primero de aquel entonces, Fernando Siaccaluga confirmó el hecho y notificó que fue de “común acuerdo”.

Sin la intención de apurar la elección del nuevo cráneo que construya los destinos futbolísticos del equipo, la comisión decidió bancar, de manera preventiva a otro conocido de la casa: Guillermo “Luli” Ríos. Un solo encuentro duró su estadía con el buzo puesto. La estrepitosa caída ante Rosario Central por cuatro a uno, en el sur del Gran Buenos Aires, aceleró la cocción del venidero entrenador y la firma del mismo. Américo Rubén Gallego, de pasado glorioso en River Plate, asumía para enderezar el rumbo de un elenco que parecía tener un destino previsible.
Un empate en cero ante Tallares en Córdoba, aguantó las posibles las críticas o alabanzas pertinentes, a depender del desempeño de sus dirigidos ante Huracán, ante su gente. Una nueva goleada en contra, esta vez por cuatro goles contra nada, ante el equipo de Parque Patricios, aumentaba la desesperación y la histeria de la gente, frente a un equipo que no ganaba desde la quinta fecha ante el Cuervo, acorralando a la hinchada ante la situación, que reaccionó con una avalancha de proyectiles hacia el verde césped, provocando la suspensión del cotejo. 

Las últimas cinco fechas, deseando por la finalización del certamen, encadenaron cuatro empates consecutivos, el más importante ante Boca Juniors, y una caída ante Banfield, en el Florencio Solá.
El torneo estaba terminado. River Plate fue campeón. Pero el fanático del Rey de Copas debía descender con su mirada cuando repasaba el escalafón posicional en el diario del domingo. El asombro, la piel de gallina y un algo que susurraba “te lo dije” ante una crónica de un final anunciado, depositaba la visión en el último vagón del tren: Independiente quedó en último por primera vez en su historia.

Los desencadenantes de esta situación, me permito analizar, debieron ser varios: La puja interna de la dupla directiva que comenzó aquel año sembró de dudas las capacidades que tenía Clausen para poder manejar al grupo, ante la salida de tamaña figura como la de Bochini; un equipo mutante, sin una clara idea de juego que llegó al fracaso; la pólvora mojada que convirtió a este equipo en el menos goleador, junto a la T con 14 tantos y la escasez de la figurita del líder, en un grupo que venía masticando rabia desde la campaña anterior con Trossero.

Llama la atención, repasando nombres propios, los apellidos que integraban aquel equipo. A saber: de los futbolistas que en el apertura siguiente fueron campeones –último galardón a nivel local- podemos rescatar varios artífices de aquella gesta: Federico Insúa, Andrés Silvera, Pablo Guiñazú, Hernán Franco, Juan Eluchans y Gabriel Milito, supieron compartir cancha durante unos cotejos en el campeonato previo a la consagración.

Junio llegó. Los ánimos y la esperanza deberán resurgir para poder cambiar la suerte del recién llegado Tolo, que buscará en su base de datos para cuadrar la mejor estrategia, con el fin de conseguir un nuevo título. Lo mejor ya pasó y, como dice el dicho, “después de la tormenta, viene la calma” o, en este caso, el título de campeón. 

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